"La caseta de las Bruxas"
¿Conoces la leyenda del dolmen de Ibirque?
Solo te digo una cosa, si algún día comienza a llover mientras haces camino por la Sierra de Guara no te guarezcas en ningun dolmen, pues guardan secretos que solo son desvelados a sus moradores y que pocos han podido contar...
Se llamaba Antonio. Aquel día se había retrasado más de lo esperado en el molino de Villaba y la noche le había cogido cuando todavía se hallaba en Guara. Para colmo, una tormenta como jamás había contemplado, estaba cayendo en la sierra.
De pronto lo divisó en la lejanía: el dolmen de Ibirque. A pesar de todas las cosas que había oído sobre ese lugar decidió que le serviría de refugio hasta que la tormenta parase, pues sabía perfectamente que si continuaba andando podría desorientarse y perderse.
Una vez recostado dentro del dolmen comenzó a sentir un poco de pánico porque eran muchas las historias que los más ancianos del lugar contaban sobre él. Para quitarse esa sensación empezó a pensar en las cosas que tenía que hacer al día siguiente y mientras estaba concentrado en ello, el sueño le invadió.
Un sonoro trueno le despertó. Miró hacia el cielo y vio que estaba completamente despejado. En aquel momento oyó que alguien pronunciaba su nombre. Parecía que alguien estaba entonando una canción de la que sólo comprendía una cosa: Antonio, Antonio, Antonio Castán... Además creyó ver una luz... ¡pero era imposible! ¡No había luna aquella noche! Y por otro lado, ¿quién podría estar a esas horas en el Tozal de Guara?
Las leyendas que su abuela le había contado cuando era un niño inundaron su mente: que si a este dolmen le llamaban Caseta de las Brujas, que si ellas acudían aquí para celebrar sus rituales... No lo podía creer. El párroco de su pueblo, su padre y su maestro le habían dicho miles de veces que las brujas no existían.
Aunque tenía miedo de moverse por temor a que le descubrieran decidió asomar la vista por la hendidura que queda bajo la losa que recubre el dolmen. Entonces una luz más fuerte que la del sol le cegó.
A la mañana siguiente, Gregorio, pastor de Ibirque y su hija María, llevaron a pastar el rebaño. La niña se alejó detrás de un cabritillo y su padre se quedó cuidando al resto de las ovejas. De repente la oyó gritar y corrió hacia ella pensando que habría encontrado una víbora. Pero lo que ambos vieron fue mucho peor: en el dolmen de Ibirque estaba el cadáver de Antonio... Se encontraba en una posición extraña, como queriendo arañar la roca, pero lo que más le horrorizó fue su cara: tenía una expresión de terror y el lugar en el que deberían haber estado los ojos estaba vacío. Sin pensarlo dos veces se llevó a su hija y salió huyendo de allí.
Cuentan las gentes de Guara, que la última visión que tuvo Antonio fue la de un grupo de mujeres bailando en lo alto del Tozal en torno a una horrible cabeza de color verde y azul que tenía dos cuernos y de la que salía una luz. Cómo no tuvieron conocimiento de lo que el joven vio antes de morir, creo que ni ellos mismos lo saben...
Ya sabes nunca te refugies en un dolmen pues las brujas y los espíritus siguen rondando en él...